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Adelina García, el rostro del encuentro entre el dolor y la memoria

Publicado: 2011-12-12

Por Ángel García Català y Jimena Rojas Denegri

Hay realidades que llegan anunciándose de lejos. Lo hacen a través de testimonios ajenos a nuestra cotidianidad. En la portada que ojeamos en el quiosco, aquel noticiario que vemos mientras comemos, o esa entrevista que escuchamos desde la lavandería. Luego, en un momento dado, sin previo aviso, esas experiencias comienzan a acercarse. Poco a poco.

Para Adelina García el primer contacto con el conflicto interno peruano, que tuvo lugar entre los años 1980 y 2000, llegó por radio. Es el mismo que tienen casi todos los que lo vivieron desde el principio, aquel que se remonta al 17 de mayo de 1980: la quema de unas ánforas electorales en el pueblo de Chuschi en Ayacucho, realizada por el grupo terrorista Sendero Luminoso, durante la celebración de las elecciones municipales de ese año. Los propios terroristas bautizaron a ese día como el “Inicio de la Lucha Armada”. “No será para largo, no nos afectará en carne propia”, pensó entonces Adelina.

Dos años después, el 2 de marzo de 1982, el asalto senderista a la cárcel de Ayacucho supuso el primer gran ataque estratégico de los terroristas. Este trajo consigo, a su vez, una brutal e indiscriminada respuesta de las fuerzas del Estado. Los testimonios saltaron en ese momento algunas barreras. Algunos de los conocidos de Adelina y su marido, Zósimo, acusados de terroristas, se encontraron entre los detenidos por los militares. Una vez liberados, les contaron los crudos métodos de tortura utilizados por las autoridades durante los interrogatorios. “¿Cómo una persona va a torturar a otra de esta manera?, se preguntó Zósimo. “¿Qué sentirán sus familiares?”, fue la reflexión de Adelina.

El conflicto cambió para siempre la vida de Adelina el 1 de diciembre de 1983. Esta vez, sin distancias. Ese día más de veinte “militares” encapuchados atravesaron la puerta de su casa y se llevaron a su esposo. Tenía 27 años y trabajaba como cerrajero en un taller montado en su propia casa. Adelina era una joven de 20. Todavía no sabe qué pasó después de esa noche. Tampoco dónde está su marido. Aquella noche, la injusticia del conflicto, esa que antes sólo podía imaginar a través de otros, se convirtió en su vida.

EL DOLOR DE CERCA

“Cuando te toca, cuando desaparecen a alguien de tu familia, no puedes olvidar el dolor. Durante cinco años caminaba de acá para allá, buscando. Iba a zonas donde solían arrojar muertos, me decía ‘de repente ya lo han botado por acá’. Cuando veía a algún loquito por la calle también pensaba en mi marido: ‘con tanto golpe, quizás, es él. Ha perdido la memoria, se ha vuelto loco, y está caminando en la calle’”.

Esa búsqueda continúa todavía hoy. “Este 1 de diciembre se cumplieron 28 años de su desaparición”, recuerda certera Adelina. En el transcurso ella ha cumplido los 48. Es una mujer que transmite serenidad. Se expresa, habla, con calma. Sus ojos parecen cansados, pero miran de manera valiente hacia aquellos días aciagos que algunos eligieron que viviera.

Los recuerda con una precisión que sobrecogería a cualquiera. Es evidente que los visita con frecuencia. Los primeros momentos tras la detención; la incomprensión, ese “por qué, si él es inocente”; las esperanzas de volver a encontrarlo pronto tras hablar con algún militar, “espérate 15 días. Después de 15 días va a pasar a la PIP (Policía de Investigaciones del Perú)”; incluso los engaños, las estafas, “está en tal sitio, págame tanto y yo voy a movilizar para que lo puedan soltar”.

Recorre esas conversaciones y escenarios como si fuera ayer. No todos, sin embargo, son recuerdos dolorosos. En su vagar por las calles ayacuchanas, Adelina se encontró con algunas mujeres de mirada perdida y gesto similar al suyo. También habían perdido a alguno de sus familiares.

Una de esas mujeres era Angélica Mendoza, también conocida como Mamá Angélica, y reconocida como uno de los rostros fundamentales del movimiento en defensa de los derechos de los desaparecidos. Alentadas por el abogado Zósimo Morroa Roca y gracias al decidido apoyo de la entonces alcaldesa de Huamanga, Leonor Zamora, esas mujeres formaron la Asociación Nacional de Familiares de Secuestrados, Detenidos, Desaparecidos en Zonas de Emergencia (ANFASEP).

“Al principio no teníamos local, entonces cuando nos preguntaban en la calle ‘¿quién está encabezando esta organización?’, contestábamos: ‘Nosotras mismas, porque nuestro dolor nos obliga a caminar así, todas juntas. No tenemos presidenta, no tenemos nada’, decíamos, porque teníamos miedo”.

Meses después Zamora les prestó un local para sus reuniones. Luego llegó, en el año 1985, el comedor para los niños huérfanos de la guerra -también cedido, en este caso, por el profesor Alcides Palomino-.

Tanto la alcaldesa como el profesor, héroes desinteresados de la desgracia peruana, fueron asesinados en los años siguientes.

EL CAMINO DE LA MEMORIA

A pesar de la vívida memoria de Adelina, esos inicios quedan ya lejos. También los momentos más duros de su lucha. En el año 1992, el gobierno de Alberto Fujimori acusó a las madres de ANFASEP de ser simpatizantes del terrorismo. “Esta casa es de los terroristas y de sus familiares”, cita Adelina cuando recuerda las palabras del hoy condenado expresidente (por delitos de lesa humanidad y corrupción). Incluso llegaron a arrestarlas. “En ese tiempo muchas socias se alejaron, quedamos pocas. No teníamos miedo. ‘Si nos matan, cualquier cosa nos hacen, lo mismo que a nuestros niños nos harán’”.

Otro expresidente presente en el conflicto, Alan García, tampoco despierta ninguna simpatía en la esposa de Zósimo. “En su primer periodo como presidente (1985-1990) también hubieron matanzas. Debería estar en la cárcel”. Al preguntarle por el diferente destino de ambos presidentes, Adelina medita: “No sé a qué se debe. Seguramente no valen los campesinos para el Estado. El señor Fujimori hizo matar a los estudiantes de la Cantuta, en Lima. Puede que para la justicia esas personas tengan más valor”.

Uno de los mayores impulsos a la organización de estas mujeres fue el nacimiento de la Comisión de la Verdad y la Reconciliación (CVR), en el año 2001. En el Informe Final presentado por la misma el 28 de agosto de 2003, se emitió el primer registro de personas desaparecidas en el conflicto interno. La cifra inicial, que inicialmente se situaba cerca de las siete mil personas, quedó fijada en torno a los quince mil peruanos. “Antes de la CVR, nosotras pensábamos que la mayoría se había olvidado ya de los desaparecidos. Ya nadie hablaba de ellos”, recuerda Adelina.

Sin embargo, una de las recomendaciones más importantes de la Comisión, la reparación económica y simbólica a las víctimas, sigue sin llegar. Adelina parece tener clara la razón de esta ausencia: “No existe voluntad política. Ninguno de los gobiernos que ha pasado por el poder durante estos años ha tenido esa voluntad. Por eso no han cumplido con estas recomendaciones”.

UNA LUCHA DESIGUAL, PERO NECESARIA

Ellas, a pesar de todo, siguen su camino. Tras conocerse el mencionado informe, la cooperación internacional impulsó la construcción del museo de la memoria de la historia de las mujeres de ANFASEP: “Museo para que no se repita”.

Un espacio en el que se recuerdan aquellos lamentables hechos, a través de un recorrido formado por testimonios y prendas de los peruanos desaparecidos en aquellos años. “Son necesarios los lugares de la memoria para que otros, los jóvenes, se pregunten: ‘¿Cómo pasó aquello, cómo pasaron estas cosas? Y, así, no repitan lo ocurrido”.

Fuera de ese mismo local, donde conversamos durante horas con Adelina, se encuentran varias esculturas y objetos que hacen referencia a los familiares desaparecidos en el conflicto. En una de las fachadas, varios carteles muestran algunos de sus rostros. El sol, ese que con sus rayos desinfecta cualquier herida, actúa aquí como un potente abrasivo, convirtiendo las imágenes concretas en una mancha que hace difícil distinguir un señor de otro, este joven de aquel.

Es una imagen cruel, que representa la injusticia de su existencia. Desaparecidos en vida, su recuerdo gráfico, al menos este, también los ha traicionado. Es precisamente contra lo que luchan estas madres y esposas, estas mujeres de las que Adelina es una voz más contra el silencio y el olvido. Para que no se repita, si, pero también para que se recuerde.


Escrito por

Jimena Rojas Denegri

Antropóloga y redactora de lamula.pe


Publicado en

Recordando a los ausentes

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